Descubre más relatos inspirados en las ilustraciones de las cartas de Pokémon GO de JCC Pokémon

01 de septiembre de 2022

Descubre más relatos inspirados en las ilustraciones de las cartas de Pokémon GO de JCC Pokémon

Estas breves historias te transportan al mundo de la nueva expansión de JCC Pokémon con relatos de Entrenadores y sus encuentros con Pokémon.

Si has jugado al videojuego Pokémon GO, seguro que tienes cientos de historias que te conectan con los Pokémon con los que has ido entablando una amistad en el juego. Siguiendo esta idea, la expansión Pokémon GO del Juego de Cartas Coleccionables Pokémon también ha servido de inspiración para algunos de los Pokémon que aquí aparecen. Ya hemos compartido algunos de estos relatos inspirados en las ilustraciones de las cartas de Pokémon GO de JCC Pokémon, y ahora presentamos una nueva trilogía de historias que exploran los encuentros de unos Entrenadores con un travieso Aipom, un Spinarak con un secreto y un hambriento Larvitar. Disfruta de estos relatos cortos de Pokémon GO y de la expansión Pokémon GO de JCC Pokémon, ¡y sal después a crear tus propias historias!


Aipom contra un Entrenador novato





"Agárrala con fuerza y lánzala. Simplemente, apunta y lanza". Esto es lo que seguía repitiéndose el chico una y otra vez mientras sostenía la Poké Ball que le acababan de entregar. La mano en la que la sostenía estaba misteriosamente húmeda. No sabía por qué; quizá fuera el inusual frío o quizá fueran los nervios. Incluso lo que siempre le resultaba mundano y familiar le provocaba una sensación muy diferente ahora que se encontraba completando su primera investigación de campo. ¿Qué podría capturar? ¿Se sorprendería el Profesor si capturaba a un Pokémon único en su primer día? Deseaba escuchar de boca del Profesor que "¡nunca había visto a un novato tan brillante!" cuando le entregara su informe. Ya no era un niño, incluso su estatura era mayor, y estaba ansioso por demostrar que había madurado.

Lamentablemente, el mundo no es un lugar tan grato como para hacer realidad los sueños de un joven Entrenador. Y cuando se encontraba con un Pokémon por el camino, este huía mientras preparaba su Poké Ball. ¡Ay, no! Ha vuelto a pasar. Y ya había perdido la cuenta de las oportunidades que se le habían escapado. Tras ponerse de mal humor, escuchó el grito de un Pokémon justo detrás. Un grito vivo que sonó a una carcajada dirigida contra él.

"Ojalá fuera un Diglett para esconderme en un agujero", pensó. Pero decidió aparcar su imaginación y darse la vuelta.

Detrás vio a un Pokémon que lo miraba con una gran sonrisa en su rostro. Era un Pokémon de ojos redondos y grandes orejas con una cola en movimiento que parecía una mano. Tras indagar un poco, descubrió que el Pokémon tenía por nombre Aipom, y no paraba de sonreírle. Quizá los Pokémon amigables como este tendrían una actitud más abierta. Así que toda su preocupación por capturar un Pokémon único para ganarse la aprobación del Profesor se esfumó de golpe. Había llegado el momento. La Poké Ball estaba preparada. Solo quedaba apuntar y lanzar.

La Poké Ball viajó en una curva perfecta, pero Aipom la esquivó con un movimiento hacia el lado.

Alcanzó a decir "¡oh!" antes de ponerse a pensar sobre lo ocurrido. Pero no era el momento de echarse atrás. Preparó otra Poké Ball y la lanzó de nuevo. En esta ocasión, Aipom la golpeó con su larga cola, y el sonido de la bola mientras se alejaba rodando creó un eco interminable. Aun así, el Aipom no huyó; seguía ahí con una gran sonrisa en su cara.

En ese momento, el chico comprendió que el Pokémon estaba jugando con él. Parecía que el instinto del Pokémon le permitía identificar a un Entrenador novato que no representara ningún riesgo.

"¿Pero por qué...? Te vas a enterar. Voy a capturarte aunque sea lo último que haga", pensó el chico. A partir de ahí, entró en un estado de obsesión. Lanzó todas las Poké Ball que tenía mientras Aipom seguía esquivándolas alegremente. Al perseguir a Aipom, comenzó a darse cuenta de que no reconocía el lugar. ¿Cuánto tiempo había pasado? Sus nuevos zapatos estaban arañados y sucios, pero Aipom también parecía muy cansado.

"Venga, ¿por qué no nos dejamos de juegos? Tienes que volver con tu grupo, ¿verdad?", dijo el chico. Quiso comportarse como un adulto, pero, tras fallar tantas veces, su idea sonó a lamento infantil. Y, por primera vez, Aipom cambió su gesto burlón y lo miró con una expresión solemne. Por fin le estaba escuchando de verdad.

"Venga ya, ¿por qué no estabas así antes?", le preguntó mientras recordaba lo vacía que estaba ahora su mochila. "Está bien. Volveré mañana entonces". Y pensó, "si vengo mañana, ¿me dejarás que te capture?". Era el primer rastro de orgullo que nacía en él. Tenía que capturar a Aipom por sí mismo o, de lo contrario, no tendría sentido. Aunque el chico comenzó el día pensando que podría capturar a Aipom sin importar lo difícil que fuera, ahora quería convertirse en un Entrenador digno de un Aipom tan veloz, ágil y bondadoso.

Por su parte, Aipom pareció entender que iba a ver de nuevo a su compañero de juegos al día siguiente y salió corriendo. Esa condescendencia que había notado el chico al principio había sido malentendida; quizá Aipom solo quería jugar. El chico se puso contento al ver a Aipom alejarse.

Ese era el resumen de su primer día como Entrenador. Al recapitular, no había llegado a completar ni una sola tarea y no tenía nada de lo que informar al Profesor. Pero el chico, sin duda, no iba a olvidar jamás el día en que se convirtió en un Entrenador Pokémon. Son esos días en los que todo parece salir mal los que se llenan de recuerdos que no tienen cabida en un informe y los que te convierten en un Entrenador Pokémon. El chico tardaría en darse cuenta de que, aunque no había logrado capturar a ese Pokémon, había aprendido algo mucho más importante.




No importa tu apariencia





Al llegar a la entrada del bosque para completar la tarea que me había encomendado el Profesor Willow, noté una sombra moverse a mis pies. Era la primera vez que veía a un Spinarak en el suelo, que se encontraba enganchado a las raíces de un árbol mientras intentaba treparlo. Puede que estuviera intentando tejer una tela en ese árbol, pues suelen quedarse sobre estas mientras esperan a que se acerque una presa. Sentía curiosidad por ver cómo crean la tela los Spinarak, por lo que me agaché para observar la técnica de ese pequeño ejemplar.

Pero parecía que a este Spinarak no se le daba muy bien trepar a los árboles. Había conseguido, de una manera extraña, enganchar sus patas al tronco del árbol hasta escalar a la mitad de este, pero acabó cayendo al suelo al no poder sostener su propio peso. Solo pensaba en animar al Pokémon en su empeño por seguir intentándolo, pero, a ese ritmo, el sol se iba a poner antes de que Spinarak pudiera subir al árbol.

Así que pensé que podría echarle una mano. Le di un ligero golpecito por debajo para que cogiera impulso en su subida, pero me sorprendió lo pesado que era; más de lo que pensaba. Rápidamente, me ayudé de mi otra mano para usar ambas. Spinarak se giró y me miró con cierta sorpresa, aunque volvió al instante a su intento de seguir trepando. Cada vez que se caía, acababa en mis manos y se agarraba al tronco de nuevo, hasta que consiguió llegar a las ramas más bajas del árbol.

Qué alivio. Ya podía comenzar a tejer su tela. Eso pensé cuando miré a Spinarak, que también parecía feliz y me miraba mientras movía sus patitas. Pensé que sus movimientos eran adorables y le dije "buen trabajo". ¡Pero ese fue el momento en que se abalanzó sobre mí!

Conseguí atraparlo entre mis brazos, pero no pude con su peso y la inercia de la caída, por lo que acabamos en el suelo. Le dije con voz segura que había sido peligroso, pero dudo que me entendiera, porque seguía moviendo sus patas con alegría. Me estaba desesperando y, al mismo tiempo, me fascinaban sus adorables movimientos.

"Así no vas a poder tejer una tela", le advertí. Y Spinarak solo se dignó a ladear su cabeza. Pensé en devolverlo a la rama, pero me preocupaba mucho dejarlo allí solo. "¿Quieres hacer una tela en mi casa? Así, si te caes, te puedo ayudar a subir de nuevo". Cuando le enseñé la Poké Ball tras pronunciar esas palabras, el Spinarak saltó a la Poké Ball y, con la fuerza con la que lo hizo, su barriga debió de activar el botón, y se metió dentro.

Corrí a casa, pensando que este Spinarak era algo torpe, pero sintiéndome muy feliz de que me hubiera aceptado con tanta facilidad.



"No se mueve mucho el viento en la puerta de casa, debería ser buen sitio para tejer tu tela", le dije mientras lo dejaba salir de la Poké Ball.

¡Anda! Qué raro...

El rostro de Spinarak comenzó a desdibujarse. ¡Y su forma desapareció y se convirtió en un Ditto morado!

"Entonces, ¿no eras un Spinarak?".

Ditto me miró con confusión y sacó pecho con orgullo. Claro que no podía trepar por el árbol. No era un Spinarak.

"Bueno, ya no necesitas quedarte fuera, ¿verdad?".

Al abrir la puerta, Ditto corrió hacia dentro con mucha alegría.

Ha llegado a mi vida un Ditto despistado.... Me esperan tiempos complicados.




La preciada Baya Frambu dorada





Una mañana, un Entrenador se encontraba entre los arbustos esperando a que apareciera algún Pokémon. Se había entregado en cuerpo y alma para mejorar, pero últimamente no había podido ganar ningún combate. En otras palabras, había entrado en una mala racha, e intentar salir de ella solo empeoraba las cosas. Por ello, decidió usar un Incienso con la esperanza de encontrarse con un Pokémon fuerte. Y ahí ocurrió todo.

De pronto, sintió un peso sobre su espalda que le hizo saltar y chocar su cabeza contra una rama. "¡Ay!", exclamó. Al gritar, lo que hubiera sobre su espalda se bajó. Con un giro rápido, alcanzó a ver un cuerpo verdoso, un abdomen rojo y unos ojos brillantes. Era un Larvitar salvaje.

Larvitar es un Pokémon que no suele dejarse ver muy a menudo. Y, si consigues entrenarlo, se vuelve muy fuerte. Era la oportunidad perfecta. Debía capturarlo. Aunó toda la confianza y la motivación que recorría su cuerpo y lanzó una Poké Ball, que contactó con el Pokémon, ¡pero Larvitar se escapó al momento! A juzgar por la maldad en sus ojos, estaba en guardia y bastante nervioso.

"¿Y ahora qué?", se preguntó mientras lanzaba la Poké Ball y fallaba. "¿Por qué se me habrá acercado?".

Así que repasó los acontecimientos. El peso de Larvitar se encontraba sobre la mochila, que seguía abierta tras haber sacado el Incienso sin cerrarla después. Puede que Larvitar no quisiera acercarse al Entrenador, sino que llegara atraído por lo que había dentro de la mochila. En ese caso, significaba que Larvitar...

"¿Tienes hambre, verdad?".

Siempre había escuchado que Larvitar necesita una enorme cantidad de comida para poder crecer. Cuando se encuentra en las profundidades, ingiere tierra, por lo que este Larvitar debía de haber salido antes que el resto. Además, se había acercado a un humano, aunque con cautela, lo que quería decir que estaba realmente hambriento.

Al buscar en la mochila, todo lo que encontró el Entrenador fue una Baya Frambu dorada que había ganado en una incursión. Este reluciente trofeo era un bien muy preciado que había guardado en la mochila, pues pensaba que sería un desperdicio usarla, pese a que esa victoria no desaparecería con la Baya.

Tuvo dudas. Sentía que iba a desprenderse de un amuleto de la suerte. Pero decidió que era el momento de usarla y entregó la Baya Frambu dorada a Larvitar.

"No puedo asegurarte que te vaya a gustar, pero ahí tienes".

Sabía que su voz no infundía mucha confianza. Se sentía vulnerable, sin arrojo ni trucos bajo la manga. Larvitar siguió mirándolo altivo durante unos segundos que parecieron una eternidad. Entonces, poquito a poco, Larvitar se acercó al Entrenador y le clavó su mirada, a lo que este respondió con un movimiento de cabeza para asegurarle que todo iba a estar bien. Así, Larvitar se acercó a coger la Baya y le pegó un mordisco con su pequeña boca.

Larvitar levantó la vista y frunció el ceño de nuevo. Aunque esta vez, tras el miedo inicial, el Entrenador se dio cuenta de que era una sonrisa lo que dibujaba el rostro de Larvitar; aunque fuera sutil. Bajo el frío matinal, el Entrenador sintió un calor interior y, antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, le había tomado una instantánea a Larvitar mientras terminaba de comer. Después, sintió que se había quitado un peso de encima.

"Ja, ja, ja. Esto es lo que debería haber hecho desde el principio".

Ahora el Entrenador tenía una foto de la Baya Frambu dorada. Todo lo que tenía valor para él se encontraba en esa foto, por lo que sintió que ya podía dejar de agarrarse a una victoria del pasado. La presión sobre su pecho había desaparecido, y ahora era su estómago el que rugía. ¡No había desayunado! Le preguntó a Larvitar si quería comer en compañía, y el Pokémon se acercó y se enganchó a su pierna.

"¡Oh! Sí que pesas". Se había quitado un peso de encima, ¡pero Larvitar seguía pesando lo suyo! El grito del Entrenador resonó por todo el bosque.

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